Égloga del Guadalquivir entre los diez molinos de Córdoba

Molino de Martos
Molino de Martos.
Imagen propiedad de la Fototeca del Ayuntamiento de Córdoba

La continua labor de investigación que hacemos sobre la obra no publicada, nos ha permitido recuperar el original del poema dedicado al Guadalquivir a su paso por los molinos de Córdoba. En el texto el poeta hace, un inmenso alarde de conocimiento, dominio y precisión de la lengua y su etimología. Un documento irrepetible, sin duda de lo más brillante que aún sigue sin editarse y que hoy traemos a la web, días antes de celebrarse la conferencia bajo el título Vida y Obra de Sebastián Cuevas Navarro ofrecida por el escritor Juan Serrano Muñoz el 2 de septiembre de 2022. Disfrútelo. Descargué aquí copia pdf del original


Sábalo levantado
rampante en tus entrañas
el agua en borbollón por las boqueras
como si hirvieran carpas,
arrastradas por el ansia de mar
que las congrega
cardumen de espumas.

Cúmulo de arroyos,
llegas desde Alcolea,
entre fundos que conservan
los antiguos torreones medievales,
testigo del dominio
feudo de horca y cuchillo,
exenta justicia al margen, entre gleba,
por la Dehesilla del león, Doña Sol, el Chanciller, las Quemadas.

 

Llegas alborotado de Guadiatos,
Ahoganiños,
Rabanales,
nutrido de torrentes
que acarrean frutos del sotobosque,
madroños escarlatas, azules arrayanes,
majuelos, durillos,
olivillas pequeñas del oscuro acebuche.

 

Por tu vera, inconsciente,
fue a tu orilla
donde, ausente y desdeñado,
Luis de Góngora
te increpó,
cuando eras sólo arroyos, galopando la sierra:
Arroyo, ¿en qué ha de parar
tanto anhelar y subir?
tú, por ser Guadalquivir,
Guadalquivir por ser mar.

Desatinado llegas, cuando a hurta de cordel
te emergen los molinos,
llegas, como niño que no tiene artificio,
que conoce la fuerza
y las cosas naturales
que se nombran con palabras de yerbas,
huertas, cuando mucho, barcas
para cruzarte a vados.

 

Vienes manso a la azuda,
reflejando naranjos,
a la revolución agrícola y mecánica
que el hombre te levanta
cuando llegas a Córdoba,
y te planta, desde Lope García hasta Casillas,
el decálogo acibero y de maquila
de los rubios molinos,
para sumirte en ellos,
sangrándote en añoras y albolafias
trasvasarte por acequias,
atanores antiguos
y caces donde medran las higueras.
Apenas tienes tiempo a sosegar tu ánimo,
de salto en salto.

 

Llegas pasajero, espejo movedizo,
camino de al-Zahira,
donde brotar en altos surtidores;
nutricio,
de humildes cigüeñales
que te ordeñaban odres
para la dula de humildes huertecillos.

 

Cansino,
amansado, después de haber molido almagras,
bataneado paños,
encendido las fraguas,
prensado orujos,
majado pasta para escribir el verso
enrilado los linos,
giras el penúltimo meandro,
como una hoz que hiende la campiña
levantando el soto
del Arenal
a la cortada de Mawaz,
colgando alcaparroneras,
y se te abre Córdoba,
como un blanco acerico
de torres
clavadas en el azul terciopelo de la tarde.

 

Llegas ahito,
y a la vez anhelante de trepar por tí solo
hasta el azud del rey
en cangilones presos
del aro movedizo de albolafia.

Cetrino bajas,
reflejando tarajes
y álamos alzados a tu sirga
como un surco de umbra.
hacia el viejo cementerio de San Julián.

Y de pronto, artero, escondido en el hondón de Martos,
agazapado camaleón dorado entre la piedra del muro,
te laza.

Como un bozal, antojera, jáquima, silla,
te cerca con su azuda,
te saca, otra vez, del vientre milenario
de la madre vieja
y te encauza hacia el cao,
como potro que domado en el redondo sometimiento del picadero
tascaran con espuelas
urgiéndole a alzar las cabriolas
de cuando era silvestre,
bajo el dominio artificial del hombre
urgiéndo a tu cansancio,
estrechándote
entre las rubias murallas
de la doma,
que abren el oscuro camino
de otra cárcel a tu agua.

 

Súbitos, se abren,
como bocas de lobo,
los cubos que en tropel,
a golpes de presura
dominando tu fuerza enaltecida por lo angosto,
para llevar tu ímpetu
al árbol movedizo de las palas
que alimentan de giro los rodeznos.

Uncen todo tu ímpetu
al prodigio giratorio
de blanquear el trigo,
para dejar el blanquísimo tributo candeal de la harina,
mientras al aire,
desengrasas los paños azules
aclarando la greda que purifica los teñidos vellones.

 

Pagado este tributo de roda en el giro insaciable,
te devoran
las espitas de las boqueras
como un vómito a la luz y libertad
devolviéndote al útero del cauce.

 

La antigua tablazón
que remansa la puente
acalla tu jadeo, sosiega tu alboroto,
ensancha tu avenida en la lámina que refleja el molino
y reduplica Córdoba grabada al agualeve
con la presa del chopo.

Desde esta laxitud,
cíclope de ojos repetidos,
el puente te da paso…
hendiendo los agudos tajamares
el vidrio verdeante
para volverlo un prisma
de repetidos caños,
al pie de la mezquita,
hóspita milenaria de los dioses y
hermana, sin embargo,
panteista de Heráclito,
consciente de que, al margen
de sus torres y de la arena rubia de su piedra,
todo lo que deviene pasa,
como tú, azaroso del mar.