Recuperado original de Sebastián Cuevas

En la constante labor de investigación que se realiza sobre la obra del escritor, este mes de marzo de 2022, se ha encontrado entre su extenso legado, el original mecanografiado en el que Sebastián presenta y describe su obra  «La Casa de los Muchos», novela publicada en 1989, de naturaleza costumbrista que fue editada por Ediciones de la Posada del Excmo. Ayuntamiento de Córdoba.  Reproducimos al final del texto copia del original.


«La Casa de los Muchos” (Sebastián Cuevas)

Cabe al submundo, al submundo español, y no sólo en los últimos tiempos, una especial formación urbanística, híbrida de refugio, corrala y patio de vecinos, de la que Andalucía formó un modelo, afortunada y tristemente desaparecido» Y digo tristemente, porque, al menos en lo que a Córdoba atañe, no hubo sociólogo que estudiara ese hábitat pecualiarísmo de las vecindades múltiples.

El mundo de la zarzuela y el sainete nos han dejado memoria de ese tipo madrileño de viviendas, con sus Mari-Pepas y sus Señó Pita. También Sevilla, aparte de Estébanez y los Quintero, por boca del Periquillo Sarmiento del «Retablo de Picardías» de Manolo Barrios.

Yo he conocido acaso el más característicos de estos hacinamientos humanos, enclavado en los aledaños del actual Cuartel de la Policía Municipal, manzana del Asilo de Madre de Dios, haciendo fachada a la Carretera de Madrid y lindero a las callejas del Cáñamo, industria que igualmente subsistía con sus menestrales de tomizas y pleitas hasta que la remodelación del Instituto Nacional de la Vivienda desahució la acera que continuaba hasta el Matadero Municipal (que yo no sé por qué no se  llevó la picota, de camino). El pueblo, con esa precisión, gracia y exactitud con que bautiza su mundo, le puso un nombre insuperable: “la Casa de los Muchos«. Y tras de su portón cientos de cordobeses compartían los miramelindos, el hambre, el anafe de calentar la plancha y los partos y los entierros. Gemelo del Corral de los Chícharos de Barrios, menudas industrias de trabajar por casa, se asomaban a la puer­ta de cada cuarto, de cada «sala» (se decía, a todas luces con hipérbola). 

Allí la pulidora, renegriéndose, allí la engarzadora de filigrana, allí el zapatero remendón, allí la sastra y la pantalonera, allí la planchadora con su vaivén del apero en el que ardía el carbón, como un botafumeiro comunal. Conocí su mundo. Había dentro calles y almacenes de guardar cosas y un olor característico de la cocina de los pobres. Los tufos de coles y boniatos y, lentamente, hirviendo en las estrévedes (y después en el «focus» de petróleo) los «trompitos» del cocido nocturno.

¡Famosa Casa de los Muchos y todos pobres!. Huerta para el ditero de los percales y los hules, con su gran banasta para el modesto comercio de los pagos diarios. Monipodio de mínimos y reprimidos estraperlistas de su propio aceite y azúcar de la cartilla del racionamiento, en el semanal suministro.

Gente de apodos exactos, con la dolorosa y urgente exactitud de las “fotos al minuto”. Tuve ocasión de conocer al «Siete Veinte», que a la parvedad de su jornal, como registro contable debía su alias. Y al «Cala», perseguidor de viudas cuarentonas, hasta que una lo «caló» y lo cazó para siempre. Y a «Cachivache», vagando liberado. 

Esquilaores, chatarreros, trajinantes de la Lonja y faeneros de la descarga de los camiones. Humildes y sufridos cordobeses. Niños para la Cocina Económica, el Auxilio Social y las «señoritas» de la Parroquia. Afortunadamente, para siempre superados.

De todas formas, con el amor que a la exactitud de la historia me amarra, echo de menos el estudio que algún sociólogo debió hacer de tales «patios de vecindad» como esta Casa de los Muchos y las muchas “casas de muchos” de «el barrio de acá», el Alcázar Viejo y de la Ronda de la Manca y del Cerro de las Golondrinas, antes de que lo descerraran. Sería curioso saber quiénes eran sus caseros, sus dueños, sus alcaldes, en este punto y aparte del hacinamiento de tanta promiscuidad y menoscabo.

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